Sin embargo, esta absorción de CO2 no es un regalo de los mares: como todo, tiene su coste. Por un lado, afecta a la acidez del agua y a los seres vivos que la habitan; pero además, se sabe que la capacidad para capturar CO2 se está debilitando. No solo eso: se teme que el proceso podría invertirse, llegar a un punto en que los océanos empezasen a liberar gases de efecto invernadero a la atmósfera. Es el caso de algunas zonas del océano analizadas por la Expedición: en el desierto del giro subtropical Sur, donde se encontraron valores muy elevados de CO2, el océano es ya una fuente de dióxido de carbono.
Uno de los científicos del CSIC a bordo de la Expedición Malaspina, Antonio Fuentes, decía que: “El verdadero pulmón del planeta no es el Amazonas, sino los océanos”. Además de estudiar la biodiversidad, el gran objetivo de la Expedición Malaespina es evaluar el impacto del cambio climático en los oceános. Su viaje alrededor del mundo se hace imprescindible para que no nos cueste cada vez más respirar.
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