Este estudio sobre Conus geographus es el último ejemplo de las posibilidades terapéuticas de los venenos presentes en la naturaleza, en los que las compañías farmacéuticas pusieron sus ojos en los años 70 para desarrollar nuevos fármacos. En 1981, la Agencia Estadounidense del Medicamento (FDA, por sus siglas en inglés) aprobó captopril, el primero basado en un veneno animal. Desarrollado a partir de las moléculas del veneno de la serpiente Bothrops jararaca, está indicado para la hipertensión. Le siguieron eptifibatida y tirofiban (para síndromes coronarios agudos), bivalirudina (para la coagulación de la sangre durante las cirugías), exenatida (para la diabetes tipo 2) o batroxobin (para monitorizar el sangrado).
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